El alquimista fondón
- José Fermín Plaza

Existe una pléyade de individuos ibéricos, agrestes y montaraces, de hechuras feudales y penitencias inútiles. Un gentío empadronado en el desvarío que no da pie con bola por sistema y exhibe, ajeno al pudor, un carácter sumiso, alcahuete e inquisitorial por bandera. Sin duda, se trata de una plaga farruca y bípeda, escasa en coherencia y sobresaliente en mangoneos. Una patulea que trinca y mamonea con dinamita en la verborrea, además de coleccionar doctorados en naranjas de la China y en plátanos pelados. Su misión: redefinir conceptos hasta convertirlos en preceptos tras pasar por el santuario de la intransigencia. De hecho, mientras los saberes tradicionales pierden papel, se apuesta por una modernidad cavernaria y troglodita, un criadero zafio, televisivo y fiel, de vanidades a granel. Fanatismo e intolerancia con varios años de crianza. Vasallaje a lo que se te diga o cien palos en la barriga. Más o menos es así: lo que yo te diga o me quedo con lo tuyo, además de apalearte el bandullo.
Al otro lado del sentido común y del sentido práctico, se manipula y redefinen conceptos, por supuesto, acorde a sus fines. Se regulariza así, a conveniencia, la pulcritud de contenidos, raspando discrepancias con el filo del trabuco de un forajido.
José Fermín Plaza
Pero las cosas no siempre son como parecen. Ni los mineros tienen un topo de mascota ni éstos, los topos, se desean entre ellos que “les sea la tierra leve” como hacemos los humanos al devolver la cuchara. Tampoco te vale que perfumes tus ideas más peregrinas con agua concentrada de letrina. Y es que tu reputación te precede por hacer pandilla con el abominable hombre de las nieves. Entonces, cuando tu crédito está bajo mínimos pretendes redimirte sembrando en tu berenjenal iconos bizantinos. Pero para bizantina tu labia, que en la facultad de Babia obtuvo un doctorado con grados de palique, usando el acento de Jesulín de Ubrique. En efecto, ya sabemos por experiencia que en los “picos” de tus arrebatos tus babas van siempre por delante de tus zapatos.
Mientras los saberes tradicionales pierden papel, se apuesta por una modernidad cavernaria y troglodita, un criadero zafio, televisivo y fiel, de vanidades a granel. Fanatismo e intolerancia con varios años de crianza
Pero ¡ojo al plato! Que ronda el gato. O el pelagatos que luce tatuajes carcelarios, y usa el devocionario del “talego” a diario. Para muestra un botón: como aquel alquimista fondón que alardeaba de cómo ladeaba la barba mientras hacía con la lengua un tirabuzón, y después no encuentra la manera de convertir en oro las peteneras. Eso sí, dicho alquimista, con el careto de un lirón, destiló, con malas artes, un brebaje enajenador. Según parece, tras ingerir dicho brebaje, con color de vermut y algo de pelaje de mamut, éste le proporciona al usuario el vigor de lacayo mayor para ser así lo “mejorcito” de lo peor.
Ya se sabe, al efecto, que tu horizonte garbancero tiene en tu ombligo el Km 0. Sin embargo, parece ser que tus extravíos “desaboríos” constituyen el pegamento de tus pensamientos, además de la argamasa de tu esqueleto, hecho de cemento hueco y Martini seco.
Así pues, si en este país le declarásemos la guerra a la vulgaridad habría que hacer, entonces, una movilización general. Luego, afrontar la madre de todas las batallas y la guerra total. Y es que en exhibicionismos vulgares somos la reina de los siete mares. Mala cosa, cuando a la vulgaridad y su producto nacional bruto le ponemos un instituto. Y si dicha vulgaridad hace pandilla y va de la mano de la cizaña, se convierte en rasgo de identidad de España. Quién mal anda… peor patina, aunque luego nos demos prisa en apagar los fuegos con gasolina.